jueves, 15 de septiembre de 2011

LEYENDAS DE IXMIQUILPAN

Viajando por la red me topé con algunas leyendas de este su pueblo, sé que muchas de ellas ya las conocían, espero que les gusten.

 PUENTE COLONIAL (muchos lo conocemos como puente de piedra)

Está hecho de piedra con grandes arcos sobre las columnas y enmarcado entre ahuehuetes. Ofrece a la vista un bello monumento arquitectónico; en  la parte central de ambos lados del puente, había unas lápidas de cantera con la historia de la construcción y sobre una de ellas se hallaba la estatua del arcángel San Miguel abatiendo al Diablo con su espada,  todo esto la estatua y lápidas desaparecieron hace algunos años.
Esta obra fue emprendida por el capitán don Miguel Cuevas y Dávalos siendo inaugurado el 29 de septiembre de 1655 día de San Miguel Arcángel patrono de la iglesia y del pueblo.
Gracias a esta obra se narra una leyenda en la cual se dice que fueron enterrados niños vivos dentro de las columnas para que así no se derrumbara el puente  los lugareños del pueblo narran que escuchan a los niños gritar  cuando sube el caudal del río “ agarrate manito por que nos lleva el río”.
Entre los años de 1906 a 1910, se construyó el actual palacio municipal, con su fachada esplendorosa, siendo uno de los iniciadores el Alcalde Don Marín Yánez, la construcción del inmueble y la del teatro Hidalgo que se encuentra a un costado, tardó cuatro años, pues se inauguró antes de las fiestas del centenario de la independencia.
Se cuenta una  anécdota que cuando tuvo lugar la inauguración, las autoridades de aquella
Época, depositaron en uno de los arcos del portal del palacio, una olla con diversas monedas de oro para que le diera mas consistencia al edificio, parece que después en el año de 1949, al hacerse la primera remodelación de la plaza y del jardín  las autoridades de aquellos años, la desenterraron y nadie supo que pasó  con aquella olla de dinero.


PALACIO MUNICIPAL Y TEATRO HIDALGO

Entre los años de 1906 a 1910, se construyó el actual palacio municipal, con su fachada esplendorosa, siendo uno de los iniciadores el Alcalde Don Marín Yánez, la construcción del inmueble y la del teatro Hidalgo que se encuentra a un costado, tardó cuatro años, pues se inauguró antes de las fiestas del centenario de la independencia.
Se cuenta una  anécdota que cuando tuvo lugar la inauguración, las autoridades de aquella
Época, depositaron en uno de los arcos del portal del palacio, una olla con diversas monedas de oro para que le diera mas consistencia al edificio, parece que después en el año de 1949, al hacerse la primera remodelación de la plaza y del jardín  las autoridades de aquellos años, la desenterraron y nadie supo que pasó  con aquella olla de dinero.


EL HOMBRE Y EL ÁRBOL
Un hombre quería hacer leña para encender la lumbre y comenzó a golpear un árbol con el hacha. Entonces oyó una voz que le suplicaba que no siguiera golpeando ni cortando las ramas. El hombre se puso a oír bien y noto que era el mismo árbol el que le hablaba; no me golpees, no me lastimes déjame vivir y yo te pagaré algún día.
El hombre sintió lástima del árbol y dejó de golpear con el hacha y fue a seguir sus trabajos en la milpa. A medio día, cuando vino su mujer se sentaron bajo la sombra del árbol para refrescarse.
Entonces el hombre oyó que el árbol le dijo: - Ya lo vez, como me has dejado vivir, te estoy pagando tu favor pues te estoy dando sombra para que te refresques y si no te sombreas te mueres de calor. Mira a tu mujer, sentada bajo la sombra de mis ramas, cómo está bordando tu camisa, ¿no te da gusto?
El hombre comprendió el favor que le había hecho el árbol y el favor que el árbol le estaba haciendo.

El Milagroso Señor de Villaseca

Don Alonso de Villaseca fue un noble de raras virtudes que de España vino a estas tierras allá por mediados del siglo XVI.

Caballero a carta cabal que gozó de la estimación general por su desprendimiento y libertad, otorgando beneficios a mucha gente necesitada.

A lo dicho hay que agregar que  Don Alonso tenía sentimientos religiosos muy bien fincados, que tradujo también en nobles acciones: de España mandó traer tres Cristos, con su propio preculio, uno que donó al pueblo de Ixmiquilpan porque allí había hecho su fortuna, otro a las famosas minas de Zacatecas y un tercero al Mineral de Cata, a orillas de esta población.

Este Cristo es al que nos vamos a referir, contando aquí dos de los múltiples milagros que se le atribuyen.

Dícese que cuando aún no había ni la más remota idea de reglamentar el trabajo de nuestros braceros en el vecino país del Norte, un grupo de campesinos de estos alrededores, necesitados en ganarse la vida en mejores condiciones, creyeron ingenuamente en la promesa que les hiciera un vívales y, dejando su casa y familia, corrieron la aventura de la que después tuvieron que arrepentirse  muchas veces.

Hallándose en una hacienda algodonera cercana a la frontera, se les designó un galerón para que pasarán la noche, advirtiéndoles que para mayor seguridad iban a cerrar la puerta.

También se les ofreció que una persona les llevaría la cena un poco más tarde, pero como ese momento no llegó nuestros pobladores rancheros se disponían a dormir sin más alimento en su estómago que unos sorbos de agua, cuando uno de ellos que andaba cerca del fondo escuchó un ruido raro que llamó su atención, algo así como una gotera; más como no era tiempo de lluvias, no era posible pensar eso.

Con mucha precaución abrieron la puerta, encontrándose en un patio semioscuro. En la habitación de la derecha, también mal alumbrada, se hallaban colgando del techo varios cuerpos que parecían humanos.

-“No parecen- dijo otro de ellos –son hombres semidesnudos y sin cabeza”-afirmó profundamente sorprendido.

Hay que imaginar cual fue su asombro al comprobar que en efecto los que colgaban del techo eran cuerpos humanos decapitados, puestos en esa actitud para que la sangre chorreara sobre sendos recipientes.

Lo primero que pensaron los aspirantes a trabajadores fue que para hacer de ellos otro tanto se les había llevado allí.

Verdadero pánico se apoderó de su ánimo y, en el paroxismo de su angustia, se encomendaron al Señor de Villaseca, rogándole que les permitiera salir de allí con bien.

Lo consiguieron, no sin antes pasar por varios peligros, regresando en peores condiciones a su tierra, pero con su vida.

El retablo en que patentizaron este milagro se encuentra en el muro izquierdo del templo de Cate, dedicado al Milagroso Señor de Villaseca.

Después supieron que la sangre de aquellos quien sabe cuantos desdichados más, era empleada para hacer colorantes que en el mercado se vendían muy caros.

El segundo caso se refiere a María, una guapa galereña que reunía en su persona todos los atributos para ser lo que se dice una hermosa muchacha.

Muy joven la casaron sus padres con un viejo minero adinerado, por quien María profesaba la más profunda repugnancia. Sin embargo, obediente y de buenos principios, permaneció sumisa al lado de aquel hombre, no obstante que la seguía cortejando Juan Manuel, apuesto galán que no podía resignarse a perder su amor y por medio de una viejecita del barrio del Terremoto, constantemente hacía saber su honda pasión a la dueña de sus desvelos.

Por su parte, María no solo sentía admiración y afecto por su admirador, sino que sostenía la más intensa lucha por liberarse de  aquella tentación.

Muchas veces, arrodillada ante el Cristo milagroso, le rogaba que le diera fuerzas para seguir siendo fiel a su esposo.
-“Tú sabes, Padre mío, que yo jamás he querido a Don Martín- éste era el nombre del celoso y feroz marido –y que me casaron sin mi voluntad”.

Un día que Don Martín, por razón de sus negocios tuvo que ausentarse por dos días, María no pudo resistir el deseo de llevar a Juan Manuel un buen almuerzo, pues tenía el turno de madrugada.

Feliz y risueña como nunca, iba la muchacha por el camino de Cata, cuando de repente se apareció su marido. En el acto reconoció la canasta, y cegado por los celos increpó con violencia a María, imaginando que el almuerzo era para su adversario.

Con la hija de su puñal levantó la servilleta que cubría la canasta, al tiempo que decía:

-“¿Qué llevas ahí?”

La infeliz muchacha turbada por la pena y el dolor, se encomendó al Cristo de su devoción y, aparentemente sin inmutarse, con voz firme contestó:

-“Llevo flores al Señor de Villaseca”.

Efectivamente al levantar la servilleta, aparecieron a la vista de Don Martín las más frescas y hermosas rosas que él hubiera imaginado.
 

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